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Una discusión sobre la presciencia de Dios

Por David Camps


Introducción

El presente artículo sobre la presciencia de Dios consiste en tres ensayos escritos en momentos diferentes; por tanto, los he incorporado aquí en tres partes. La primera clarifica la interpretación equivocada sobre la presciencia de Dios, quien puede predeterminar eventos, pero no necesariamente significa que sabe con precisión qué decisiones vamos a tomar. En la segunda parte, desarrollo más en el tema de la sucesión interminable de tiempo del Señor al analizar dos pasajes de Jeremías y Apocalipsis. La tercera parte discute las consecuencias derivadas de la adopción de la doctrina del eterno presente en relación con la soberanía o control de Dios sobre todas las cosas.

Parte 1

Tradicionalmente, la presciencia de Dios consiste en el conocimiento futuro, absoluto e inmutable, incluyendo las acciones emanadas del libre albedrío. Se considera a Dios como fuera del tiempo o intemporal debido a su naturaleza eterna y omnisciente; por tanto, al trascender el tiempo, Él ve todos los actos de la humanidad como un constante presente sin ningún indicio de poderse cambiar, porque todo está ya predispuesto.  Esta noción de la naturaleza de Dios ha sido motivo de discusión a través de la historia de la Iglesia cristiana y ha causado gran confusión y daño a los creyentes. Además, los textos de las escrituras que aparentemente la pudieran apoyar han sido la mayoría de las veces malinterpretados.

Es un hecho que Dios conoce todo lo que existe (Salmo 139:1-3; Romanos 11:33-36). Sabe exactamente cuántos granos de arena hay en cada playa, por ejemplo. Puede conocer y controlar con precisión todo aquello regido únicamente por las leyes físicas o de causa y efecto, como los terremotos y su intensidad, la dirección y velocidad de las olas de los océanos. Asimismo, puede saber las reacciones de cualquier especie animal que pudiera tener en momentos de peligro y demás acciones provenientes del instinto. Sin embargo, la situación es distinta cuando el libre albedrío es ejercido (Jeremías 19:5).

Muchos pasajes de la escritura describen al Señor cambiando de parecer con respecto de las elecciones de los hombres, que no encajarían con la noción de que sabe TODO de antemano, pero veamos algunos:

En Jonás 3, el Señor tiene en mente llevar a cabo la destrucción de Nínive debido a la gran maldad de sus habitantes. Tan pronto se arrepintieron, Él cambia de parecer (Jonás 3:10). También, en Éxodo 33:2 y 34:24, Dios promete a su pueblo que destruiría totalmente a los enemigos de éste cuando entrara a la tierra prometida. No obstante, no guardó su promesa porque los israelitas no obedecieron sus mandamientos, por lo que decidió dejar algunas de estas naciones paganas para probarlos (Jueces 2:20-23).

En Números 27:1-11, las hijas de Zelofehad tuvieron una disputa por su herencia; la ley sobre la tenencia de tierras prescribía que las mujeres no heredarían propiedad alguna, pero más adelante Dios establece en Números 36:7-8 que toda hija que poseyera una heredad de cualquier tribu sería de la esposa de la familia de la tribu del padre de ella. De este modo, la heredad permanecería en la familia.

Por último, en Mateo 16:27-28, el Señor Jesús aseguró a sus discípulos que no verían la muerte hasta que volviera por segunda vez. Es por eso, entre otras razones, se creía que la segunda venida de nuestro Señor ocurriría en la época de ellos.  Sin embargo, la Iglesia aún está esperando a que Él regrese.

Obviamente, si Dios supiera todo, tanto lo existente como lo no existente, no podría esto ocurrir en los pasajes de arriba, puesto que todo es fijo y no hay lugar para cambiar absolutamente nada. Al leerlos cuidadosamente, no sólo vemos a nuestro Señor cambiando de parecer y tomando nuevas decisiones por el bien supremo, sino también vemos que algunos de sus planes no están necesariamente predeterminados o vistos con anticipación desde algún punto en la eternidad, como si estuviese Él fuera del tiempo observando a la vez el pasado, presente y futuro. Por el contrario, mediante estos ejemplos, vemos al Todopoderoso que habita la eternidad viviendo y experimentando una sucesión interminable de tiempo con nuevas reacciones y decisiones.

La noción de Dios como un ser sin mudanza en un presente perpetuo proviene de la filosofía de Platón y el neoplatonismo, la cual fue promovida por Agustín de Hipona y más tarde por Juan Calvino, permeando todo tipo de enseñanza y forma de vida cristianas. Siguiendo esta doctrina predeterminista, nos veríamos forzados a concluir que la oración e intercesión, el cumplimiento de nuestro deber por la gran comisión y la vida de rectitud de los santos han sido previstos en algún punto en la eternidad, y no podemos hacer nada en nuestro poder al respecto por cambiarlos.

La confusión estriba en que hay eventos que nuestro Señor ha previsto, porque ha planeado que se lleven a cabo, como la liberación del pueblo de Israel de Egipto (Éxodo 12:40-41), y la venida de nuestro Salvador (1 Pedro 1:18-20).  En el primer ejemplo, Dios quiso demostrar al mundo de aquella época mediante su gobierno providencial que no hay nadie como Él y que cumpliría su promesa a los descendientes de Abraham (Éxodo 12:2 y Génesis 46:3). Como resultado, su pueblo fue librado del yugo de Egipto (Éxodo 13:3). El segundo ejemplo es que Dios planeó la venida del Señor Jesucristo con cierta anticipación para salvar al mundo en caso de que pecáramos, porque no quería que sufriéramos la muerte eterna pese a que la merecíamos (Ezequiel 33:11).  Al leer pasajes de este tipo, se cree, entonces, que cada evento de nuestra vida está siendo ya conocido de antemano sin dar cabida a la contingencia.

Hay otros ejemplos en los que vemos el conocimiento de Dios basado en sus observaciones del comportamiento humano. Puede anticipar, por así decirlo, qué vamos a hacer como grupo, como la rebelión de Israel al momento de tomar posesión de la tierra prometida (Deuteronomio 31:16-21) y su rechazo o incredulidad a Cristo (Marcos 8:31 y Juan 1:11). En el primer ejemplo, Dios previó el comportamiento general del pueblo de Israel de apostasía mediante sus observaciones durante 40 años que vagaron por el desierto (Deuteronomio 8:2), pero hubo algunos que fueron justos (Josué 14:6-9). Igualmente, podemos decir que Dios previó que nuestro Salvador sería rechazado y muerto por su propio pueblo (Isaías 53). Sin embargo, algunos creyeron en Él, aunque el número de éstos fue mucho menor comparado con la multitud que escogieron no creer (Lucas 23:18; Hechos 1:12-14; 17:5; 1 Corintios 15:6). No obstante el número muy reducido de quienes pueden escoger creer en Él y obedecer su ley moral, el Señor murió por ellos (Lucas 15:1-7) esperando que todos pudieran venir al arrepentimiento.  Su sacrificio hubiera sido inútil si hubiera predeterminado que todos escogieran rechazarlo y aun así venir a este mundo para cumplir su voluntad. Como vemos, Él puede anticipar cómo un gran número de gente puede comportarse, pero no cómo todos se pueden comportar exactamente (1 Samuel 2:3; Jeremías 32:35).

Estos ejemplos podrían apoyar la postura del conocimiento anticipado y absoluto de Dios, pero si se analizan detenidamente en su debido contexto, se verá que, dentro de la generalización del comportamiento de maldad de los hombres, siempre hay alguien que es la excepción; es decir, decide ser santo (Compárese Génesis 6:5 con Génesis 6:8 o Salmo 14:3 con Salmo 15:1-5 y 16:3). Por esa simple razón, además de otras, no podemos afirmar que Dios sabe absolutamente todo con anticipación sin ápice de variación como resultado de su omnisciencia y eternidad. Más bien, podríamos decir que son resultado de su onmipotencia

Dios nos ha dado el libre albedrío. Significa que tenemos que elegir una opción entre estas dos principales: ya sea que amemos a Dios y obedezcamos su ley moral, o nos amemos a nosotros mismos y obedezcamos nuestros propios deseos. Es imposible que Dios prevea con certeza absoluta qué vamos a escoger, aunque quiere que escojamos correctamente (Deuteronomio 30:19). Con base en esto, tampoco Dios vio con anticipación que nuestros primeros padres pecarían. Sabía las posibilidades junto con sus consecuencias, y desde luego, quería que escogieran amarle a Él por encima de sus propios deseos. Si esto no fuera cierto, ¿entonces cómo podríamos entender Génesis 6:5-7; 18:20-21 o Jeremías 18:8-10?

Si esta misma lógica de la omnisciencia absoluta e intemporalidad de Dios se aplica cuando se nos pide que cumplamos nuestro deber, no tiene sentido ir a todos los confines del mundo a predicar las buenas nuevas puesto que Dios ya sabe de antemano quién será salvo y quién no lo será. Él nos ha dado la facultad de elegir seguirlo o no, y espera que tomemos la decisión correcta. Cuando rechazamos, hay consecuencias de nuestras decisiones egoístas que pueden poner en peligro el balance del universo, entonces Dios tiene que intervenir providencialmente. Lo mismo sucede cuando lo aceptamos. Sin embargo, esto no quiere decir que en cada persona las decisiones o vidas están predeterminadas porque Dios sabe todo con anticipación.  Como hemos visto, no es el caso.

Para concluir, vemos, por un lado, que el Señor conoce con precisión y antelación aquellos acontecimientos causados por las leyes físicas o planes que Él ha propuesto que se cumplan;  incluso, puede predecir comportamientos de grupos de personas. Por el otro, cuando se trata de aceptar o rechazar a nuestro Señor individualmente, no hay presciencia absoluta de parte de Él.  En este caso, las decisiones de cada uno de nosotros no están predeterminadas desde un presente perpetuo. 

En suma, no podemos hablar de presciencia absoluta cuando la facultad de elegir está de por medio,  y ni tampoco de que Dios ve toda la actividad de la humanidad desde la intemporalidad. Más bien, podemos afirmar con fundamento bíblico que Dios camina en una sucesión interminable de tiempo experimentando nuevas oportunidades, haciendo nuevos planes, cambiando de parecer y tomando nuevas decisiones basados en el bien supremo  (Apocalipsis 21:5; Isaías 57:15).

Parte 2

En la primer parte, basado en algunos pasajes de la escritura, escribí que Dios podía ver con antelación eventos que causaría que sucedieran, como la liberación de pueblo de Israel del Faraón y el advenimiento del Salvador a este mundo, pero que no significaba que podía prever qué decisiones agentes morales como nosotros fuéramos inevitablemente a tomar. La razón de esto es que somos dotados con la facultad de elegir libremente. El Señor puede saber las posibilidades de las decisiones que vamos a tomar en el futuro, pero no puede saber cuáles exactamente. Esto solo puede ser cierto si consideramos que Dios no trasciende el tiempo. En otras palabras, si pensamos que Dios está fuera del tiempo, como Agustín propuso en sus Confesiones (véase Libro XI), porque sabe nuestro pasado, presente y futuro, que son lo mismo para Él, entonces, tendremos un Dios fijo, sin ninguna posibilidad de cambiar nada. Esta postura tiene sus antecedentes en la filosofía de Platón y Aristóteles, entre otros filósofos occidentales, que influyeron en la percepción de la mayoría de los apologistas y primeros padres de la Iglesia Católica sobre la naturaleza eterna y omnisciente de Dios (Copleston, 2014; Olson, 1996).

Como señala Boyd (2000):

El problema, tal como lo veo, consiste en que, desde Platón, la filosofía occidental ha estado infatuada con la idea de una realidad eterna e inmutable. El tiempo, y con él todos los cambios, eran considerados como menos reales y menos buenos, que el ámbito eterno e inmutable. El tiempo sólo es la «sombra en movimiento»  de la eternidad, según Platón. Lo lamentable es que esta infatuación con lo «inmutable» se deslizó dentro de la Iglesia muy temprano, y le ha dado color a la forma en que los cristianos ven el mundo, leen la Biblia y desarrollan su teología (p. 139).

Así, Agustín, los pensadores medievales y los reformadores del siglo XVI incorporaron estas nociones a su teología, la cual ha sido compartida y enseñada en la Iglesia evangélica hasta el día de hoy como la doctrina principal y más aceptada para explicar y entender los atributos naturales de Dios.

En la ciencia moderna, por ejemplo, algunos científicos argumentan que estamos predeterminados por las leyes de la física o eventos causativos, poniendo en duda si nuestras elecciones morales son realmente nuestras. Desde luego, la creación de Dios es pasada por alto, como también la consideración de que somos criaturas creadas y dotadas con libre albedrío por Él. Por el contrario, somos como máquinas que responden solamente a causas externas, de modo que no somos realmente responsables de nada (Jepson, 1977). Somos resultado de una cadena de eventos. Sin embargo, la Biblia indica que sí somos responsables de nuestras decisiones, y que debemos aceptar sus consecuencias (Deuteronomio 28).

Para Agustín, Dios siempre está viviendo en un eterno presente:

Ni tú precedes temporalmente a los tiempos: de otro modo no precederías a todos los tiempos. Mas precedes a todos los pretéritos por la celsitud de tu eternidad, siempre presente; y superas todos los futuros, porque son futuros, y cuando vengan serán pretéritos. Tú, en cambio, eres el mismo, y tus años no mueren. Tus años ni van ni vienen, al contrario de estos nuestros, que van y vienen, para que todos sean. Tus años existen todos juntos, porque existen; ni son excluidos los que van por los que vienen, porque no pasan; mas los nuestros todos llegan a ser cuando ninguno de ellos exista ya. Tus años son un día, y tu día no es un cada día, sino un hoy, porque tu hoy no cede el paso al mañana ni sucede al día de ayer. Tu hoy es la eternidad (Confesiones, libro XI, parte 13).

¿Acaso la Biblia realmente describe al Señor como que trasciende el tiempo, o que está en un eterno presente debido a su naturaleza eterna y omnisciente? En este artículo, trataré dos pasajes de la Biblia que ilustran que de hecho Dios está en una duración o sucesión interminable de tiempo en el cielo y la tierra, contrario a la postura de que Él es intemporal, o que vive fuera del tiempo en un eterno presente.

Ejemplo 1: Apocalipsis 7:8-8:5. Este pasaje tomado de la versión LBLA describe la visión de Juan de actividad celestial. Si ponemos atención a algunos de los verbos usados en su relato, los cuales he subrayado, nos daremos cuenta de que hay una secuencia de eventos que se llevan a cabo, que no pueden interpretarse con base en que Dios está en un eterno presente, sino lo contrario, porque proporcionan movimiento o sucesión para cada uno de ellos:

Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. Y clamaban a gran voz, diciendo:

La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.
Y todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono y alrededor de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, y cayeron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios,  diciendo:

¡Amén! La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Y uno de los ancianos habló diciéndome: Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Y yo le respondí: Señor mío, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, ni el sol los abatirá, ni calor alguno, pues el Cordero en medio del trono los pastoreará y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.

Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio en el cielo como por media hora. Y vi a los siete ángeles que están de pie delante de Dios, y se les dieron siete trompetas.

Otro ángel vino y se paró ante el altar con un incensario de oro, y se le dio mucho incienso para que lo añadiera a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió ante Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.  Y el ángel tomó el incensario, lo llenó con el fuego del altar y lo arrojó a la tierra, y hubo truenos, ruidos, relámpagos y un terremoto.

Es claro que tenemos una acción tras otra que no puede llevarse a cabo en un marco de intemporalidad, puesto que ya sucedió en alguna parte en la eternidad de Dios, o que sea estática o sin movimiento. También, identificamos en esta narración expresiones de tiempo que refuerzan la interpretación de una duración dinámica e interminable de tiempo en el cielo. Por ejemplo:

versículo 9 en el capítulo 7: “después de esto”,
versículo 15 en el capítulo 7: “y le sirven día y noche”,
versículo 1 en el capítulo 8: “Cuando el Cordero abrió …”,
versículo 1 en el capítulo 8: “hubo silencio en el cielo como por media hora …”,

Generalmente, tenemos expresiones de tiempo, como las de arriba enlistadas, cuando usamos el lenguaje para indicar tiempo, o duración de un periodo de tiempo, o momentos en los que los eventos o las acciones suceden en el pasado, presente, o futuro. Éstas no pueden usarse para describir situaciones cuando no hay sucesión de tiempo involucrada en el momento que ocurren o pueden ocurrir. Deben suceder en algún punto dentro de una línea progresiva de tiempo.

De la misma forma, tenemos descripciones de visiones de actividad celestial en Ezequiel 1 e Isaías 6:1-3, cuyos eventos tienen intervalos de sucesión de tiempo, una acción tras otra, y que no pueden ser vistos como que suceden fuera del tiempo, o que sean previstos en algún punto en la eternidad como ya hechos. 

Ejemplo 2: Jeremías 38:2-13; 39:15-18. En estos pasajes de la versión LBLA, el Señor ha decidido destruir Jerusalén debido a su apostasía. Es sitiada, y el Señor envía a Jeremías para pregonar lo que va a suceder, que es destrucción total, si no hacen caso de la advertencia. Ya que a algunos nobles no les pareció lo que Jeremías había dicho, deciden matarlo; así que, lo echan a una cisterna donde permanece por un tiempo. Viendo que la vida de Jeremías estaba en peligro, un eunuco temeroso de Dios llamado Ebed-melec intercede por él ante el rey para que se le suelte. El rey acepta y Jeremías es rescatado. Debido a esta acción benevolente, el Señor le da al eunuco a través de Jeremías una palabra diciendo que lo salvará de la destrucción.

Así dice el Señor: «El que se quede en esta ciudad morirá a espada, de hambre o de pestilencia, pero el que se pase a los caldeos, vivirá y tendrá su vida por botín y seguirá viviendo». Así dice el Señor: «Ciertamente esta ciudad será entregada en manos del ejército del rey de Babilonia, y él la tomará». Entonces dijeron los oficiales al rey: Den muerte ahora a este hombre, porque él desanima a los hombres de guerra que quedan en esta ciudad y a todo el pueblo diciéndoles tales palabras; pues este hombre no busca el bien de este pueblo, sino el mal. Y el rey Sedequías dijo: He aquí, él está en vuestras manos; pues el rey nada puede hacer contra vosotros. Tomando ellos a Jeremías, lo echaron en la cisterna de Malaquías, hijo del rey, que había en el patio de la guardia, y bajaron a Jeremías con cuerdas. En la cisterna no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo. Al oír Ebed-melec el etíope, eunuco del palacio del rey, que habían echado a Jeremías en la cisterna, estando el rey sentado a la puerta de Benjamín, salió Ebed-melec del palacio real y habló al rey, diciendo: Oh rey, mi señor, estos hombres han obrado mal en todo lo que han hecho al profeta Jeremías echándolo en la cisterna; morirá donde está a causa del hambre, porque no hay más pan en la ciudad.  Entonces el rey ordenó al etíope Ebed-melec, diciendo: Toma bajo tu mando tres hombres de aquí, y saca al profeta Jeremías de la cisterna antes que muera. Ebed-melec tomó a los hombres bajo su mando, entró en el palacio del rey al lugar debajo del cuarto del tesoro y tomó de allí ropas raídas y trapos viejos, y con sogas los bajó a Jeremías en la cisterna. Y el etíope Ebed-melec dijo a Jeremías: Ponte ahora estas ropas raídas y trapos bajo tus brazos, debajo de las sogas; y así lo hizo Jeremías.  Tiraron de Jeremías con las sogas y lo subieron de la cisterna. Y quedó Jeremías en el patio de la guardia.

Y la palabra del Señor había venido a Jeremías mientras estaba detenido en el patio de la guardia, diciendo: Ve y habla al etíope Ebed-melec, diciendo: «Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: “He aquí, traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal y no para bien; y se cumplirán delante de ti en aquel día. Pero yo te libraré en aquel día” —declara el Señor— “y no serás entregado en manos de los hombres que temes. Porque ciertamente te libraré, y no caerás a espada; antes bien, tendrás tu vida por botín, porque confiaste en mí” —declara el Señor».

Mi análisis de este pasaje aquí no se centra en los verbos, ni en las expresiones de tiempo encontrados, como hice previamente en el primer ejemplo, aunque si lo hiciera, aún demostraría la progresión de los eventos, y los momentos cuando el relato se realizó, reforzando la postura de que Dios vive en una sucesión interminable de tiempo. La relevancia de este pasaje consiste en que el Señor cambia de parecer. Ha declarado que traerá destrucción en Jerusalén a sus habitantes por tres causas posibles: espada, hambre o pestilencia. El anuncio es dado antes de que el profeta sea arrojado en la cisterna. Luego de que el eunuco ayuda a Jeremías, y que los caldeos toman la ciudad, se le dice que ningún daño le pasará a él.  La profecía dada al pueblo de Jerusalén no se cumple en él, a pesar de que no se pasó a los caldeos (Jeremías 39:1-18), porque el Señor cambió de parecer con respecto a él. Esta profecía no se hubiera tampoco cumplido si el resto de la población se hubiera arrepentido (Jeremías 26:1-3).

Observamos que el Señor tomó una decisión diferente cuando vio al eunuco ayudando a Jeremías. Esto pudo haber solamente sucedido si el Señor caminara en una sucesión interminable de tiempo. Puede tomar decisiones nuevas basadas en lo que nosotros decidimos. Si no es así, entonces ¿cómo podemos explicar este incidente basado en un marco de intemporalidad? Si fuese visto con gran anticipación, o hubiese sido predeterminado, la profecía hubiera acontecido de todos modos sin importar las elecciones que hubiera tomado el eunuco. Estaría sujeto al sino por la profecía.   

La Biblia tiene más pasajes como el de Jeremías 38 y 39 que muestran al Señor que vive en una duración interminable de tiempo en tanto acontecen nuevos desarrollos, tomamos nuevas decisiones y reaccionamos al llamado de Dios para arrepentirnos o hacer su voluntad de vivir en santidad. Si Él toma decisiones nuevas, siempre son con base en el bien supremo. Puede cambiar de parecer sobre algo que había decidido que sucediera (véase, por ejemplo, 1 Samuel 2:27-30 comparado con Éxodo 28:1-4 y Levítico 7:35-36; 1 Reyes 21:21-29). Desde luego, tampoco no puede cambiar de parecer sobre algo que ha determinado que acontezca, simplemente porque cree que no es apropiado o correcto, pero no porque sea un Dios fijo, estático e intemporal que no puede tener nuevas experiencias, reacciones emocionales y decisiones en las que inevitablemente se hayan predeterminado desde muchísimo antes.

Esta postura de Dios fuera del tiempo, o que vive en un eterno presente, ha influido a la Iglesia en muchas maneras. Por ejemplo, lo vemos en los grupos de oración. Por un lado, se supone que Dios sabe todo porque se ha enseñado que Él ha previsto todos los eventos que sucederán irremediablemente. Por otro lado, se ora para que pueda providencialmente forzar situaciones para que acontezcan todo el tiempo, desde un problema menor hasta un problema muy serio, pero no se puede razonablemente explicar por qué se ora a Dios para que haga algo pese a que de hecho Él ha predeterminado todo. Se cae en contradicciones y confusiones, sacando versículos fuera de contexto para apoyar las explicaciones, como Isaías 58:3 o Romanos 11:33.

En mi opinión, se pasa por alto que Dios gobierna la humanidad por motivos para escoger entre vivir en santidad o egoísmo, y no por coerción, o la administración de leyes de la fuerza o físicas a los agentes morales como nosotros. Es claro que Dios ha intervenido providencialmente en los asuntos egoístas de la humanidad, pero no significa que ha predeterminado que sucedan todos los eventos humanos. Es precisamente la razón por la que Dios actúa providencialmente porque las contingencias pasan en la medida que tomamos decisiones; por tanto, también Dios tiene que tomar nuevas decisiones. Nuestro libre albedrío está siempre en operación, por así decirlo. Hacemos lo que nos corresponde, o lo que la luz moral nos guía a hacer (Números 10:11-34; Hechos 27). Si entendemos eso, entonces la manera en que vivimos nuestra vida cristiana de rectitud será diferente porque el Señor camina con nosotros, sopesa las posibles consecuencias o alternativas, y reacciona emocionalmente mientras hacemos nuevas cosas para su gloria, las cuales no se concibieron en su mente desde hace mucho como un hecho, tales como inventos, arte, ocupaciones diversas, decisiones, descubrimientos, observaciones, deberes, contingencias, cualquier tipo de trabajo, etc.

Fuentes de consulta para esta parte 2

Agustín. Confesiones. Disponible en

https://www.coursehero.com/file/46076374/San-Agustin-Confesiones-encuentrapdf/

Boyd, Gregory. (2000). El Dios de lo posible. Vida.

Copleston, F. (2014).  Historia de la Filosofía 2. De la escolástica al empirismo. Ariel.

Jepson, J.W. (1981). El amor: la base de todo. Betania.

Olson, G. C. (1996). “¿Qué sabemos de la influencia o filosofía sobre los conceptos de la Iglesia de la omnisciencia y ser de Dios a la luz de la Biblia?”. Disponible en http://www.revivaltheology.net/es/9_openness/know.html

 
Parte 3
En la segunda parte del artículo La presciencia de Dios, traté dos pasajes bíblicos que muestran que Dios vive en una duración interminable de tiempo. Con base en estos dos ejemplos, concluí que es imposible que Dios sea intemporal o esté en un eterno presente.
En esta tercera parte, discutiré algunas de las consecuencias derivadas de la adopción de la doctrina del eterno presente en relación con la soberanía o control de Dios sobre todo. Enfatizaré que la postura de que Dios vive en una duración interminable de tiempo explica de una manera más consistente por qué acontecen ciertos eventos.

Como hemos visto, la doctrina de la intemporalidad, o eterno presente, afirma que el pasado, presente y futuro en este mundo ha sido previsto por Dios. Esto significa que si Él ha sabido todos los eventos egoístas por adelantado, entonces es la única persona a la que se le culpa por el sufrimiento prevaleciente, la violencia, decaimiento moral y las catástrofes en este mundo. Como consecuencia, cuando creemos en la doctrina de la intemporalidad, algunas otras doctrinas como la soberanía absoluta de Dios se considera como cierta. Ya que Él sabe todo de antemano, y es soberano, tiene control absoluto sobre todo. Estas suposiciones llevan a creencias, como Dios es Dios de lo imposible si se toma literalmente, o Dios tiene pleno control sobre toda la creación porque es soberano, las cuales son inconsistentes con la postura de que Dios vive en una duración interminable de tiempo y su gobierno moral. Cuando se dan por sentadas, se adoptan en sermones, oraciones, predicaciones y en muchas otras formas de la vida cristiana, trayendo gran confusión entre los creyentes. Tristemente, los atributos naturales de Dios, como su poder, conocimiento y eternidad, son malentendidos.

Es un hecho que Dios es todopoderoso u omnipotente: “Yo soy el Dios Todopoderoso” (Génesis 17:1), pero no quiere decir que Él mismo no haya puesto límites sobre su poder. Como Gordon Olson (1980) dice: “Dios tiene poder sobre su poder” (T-III-22). Esto es, imposibilidades naturales son limitaciones en su operación por su amor o benevolencia. Por ejemplo, no puede revocar leyes matemáticas, ni puede al mismo tiempo hacer redondo algo cuadrado. Tampoco, no puede hacer responsables a los humanos por las decisiones que no han tomado, ni puede forzar a que se vuelvan virtuosas. Del mismo modo, tampoco puede dejar de ser quien es (Olson, 1980). Una cosa es que Dios puede hacerlo, y otra es que Él quiera o considere hacerlo con base en el bien supremo.

Dios reina o es soberano: “Alégrense los cielos, y gócese la tierra, Y digan en las naciones: Jehová reina” (1 Crónicas 16:31).  Es importante entender que su soberanía no es arbitraria; siempre está considerando el bien supremo (ágape). Es el ser más calificado en todo el universo para gobernar sobre su creación (Apocalipsis 15:3-4).  Reina controlando su creación sin libre albedrío por leyes de causa y efecto e instinto, y reina sobre los seres con libre albedrío promoviendo una conducta en conformidad a su ley moral.

Leemos en la Biblia que el Señor puede intervenir sobre los fenómenos naturales o leyes de la naturaleza; en Éxodo 14:21, el Señor abre el mar para que su pueblo pueda cruzarlos; en Josué 10:12-13, hace que le sol se detenga para que dure la luz del día y así poder derrotar la alianza enemiga pagana; en Mateo 8:26, nuestro Salvador reprende a la tempestad y “se hizo grande bonanza”, y más adelante en Mateo 14:25, camina sobre el agua sin hundirse. Sin duda, puede tener control sobre estas cosas cuando es necesario por el bien supremo. Como estos pasajes, como también otros, describen al Señor ejerciendo control sobre la naturaleza por una buena razón, podemos pensar que igualmente lo tiene sobre la humanidad que está constantemente tomando decisiones. Sin embargo, el mismo ejercicio de control sobre los fenómenos naturales no puede hacerse sobre los seres morales para someterlos o manipularlos para creer en Él u obedecerle. La razón es que estamos dotados de libre albedrío.

Cuando decimos: “Dios, toma el control…”, o “Dios, toma el control de este servicio”, significa que estamos suponiendo que lo tiene sobre todo incluyendo seres morales; consecuentemente, concluimos que puede controlar nuestras elecciones. Con este razonamiento, si algo terrible sucede en el mundo como resultado de nuestras decisiones, nos preguntamos por qué permite que suceda: ¿Acaso no tiene el control sobre todas estas cosas? Y puesto que sabe de antemano todo, sin posibilidad de cambio, también nos preguntamos: ¿Acaso no sabía que sucedería porque Él sabe todo incluso las cosas que no existen? Se deduce que “de parte de Jehová”, o “la mano de Dios”, está siempre detrás o interviniendo en cada asunto humano, en vez de razonar que es muy probable que sea resultado de elecciones humanas (1 Reyes 22:34,  Josué. 18:10, Hechos 1:26; 1 Corintios 9:26). ¿Quién puede amar a un Dios cuya soberanía consiste solo en control absoluto de todo?

Caemos en contradicciones con creencias arraigadas o ideas equivocadas como las que se acaban de mencionar. Por un lado, decimos que Dios sabe absolutamente todo de antemano, entonces todo está predispuesto, y tiene control absoluto. Por otro lado, oramos para que resuelva cualquier situación problemática. Creemos que minimizará la soberanía, el poder y la omnisciencia de nuestro Señor si pensamos que no es así.

Si tengo un carro para ir a trabajar, puedo controlar el volante, el acelerador y los frenos a mi arbitrio, y estoy seguro de que nunca me dirá “no lo voy a hacer”, simplemente porque es una máquina controlada por mí y sujeta a leyes de la fuerza. ¿Acaso Dios nos fuerza a amarlo como si fuéramos máquinas? ¿Acaso siempre está “entre bambalinas”, por así decirlo, manipulando nuestras elecciones? ¿Cuántas veces nuestro Señor quiso que lo conociéramos y sometiéramos a su amor soberano y lo rechazamos (Mateo 18:14; 23:37)? No podemos ser controlados de la misma manera como a una criatura no moral, pues no fuimos hechos para ser enteramente sujetos a las leyes físicas de la fuerza o causa y efecto, o impulsos del instinto. Tenemos la facultad dada por Dios que llamamos libre albedrío. Obviamente, tarde o temprano habrá consecuencias de nuestras decisiones (Gálatas 6:7; Apocalipsis 20:12).

Así, la soberanía de Dios no necesariamente tiene que ver con control, o que soberanía y control sean sinónimos. Si fuesen lo mismo, concluiríamos que Dios es arbitrario o un dictador implacable, pero sabemos que Él no es así. Su soberanía está basada en el amor o ágape, el bien supremo, siempre buscando el bienestar del mundo, y si su creación está en riesgo, entonces providencialmente intervendrá ejerciendo control a través de causación, pero no sucede constantemente, como algo rutinario, por así decirlo. Tampoco, como hemos dicho en las secciones anteriores, significa que sabe todos los eventos que tomarán lugar sin alguna posibilidad de cambio. La administración del gobierno providencial se hace porque se han tomado decisiones que ponen en peligro la inestabilidad u orden de las cosas en las que Dios tiene que intervenir por causación o manipulación del libre albedrío.

Es de suma importancia no quejarnos o cuestionar a nuestro Señor por los eventos o situaciones que nos pueden afectar, especialmente aquéllos causados por el libre albedrío, culpándolo a Él por ellos, o quejándonos por qué no interviene como queremos. Si situaciones trágicas o desagradables pasan, es nuestro deber u obligación moral confiar en el Señor sin importar la circunstancias o desenlace. El rey David pasó por gran angustia cuando los amalecitas habían atacado Siclag y tomado cautiva a su familia. No clamó diciendo por qué Dios permitió que sucediera. En su lugar, la Biblia nos dice que “se fortaleció en Jehová su Dios” y rescató a su familia (1 Samuel. 30:1-20). Tampoco Nehemías se quejó con Dios porque se topó con obstáculos para construir el templo. Al contrario, puso su confianza en el Señor recordándoles a él mismo y a los que con él estaban que el Señor era grande y terrible y que pelearía por ellos (Nehemías 4:11-15). Después de eso siempre estuvieron con guardias. Esteban fue apedreado a morir y nunca dijo: “¿Por qué a mí, Señor?” Sólamente dijo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (Hechos 7). Aprendemos de estos tres ejemplos que todos estos hombres justos actuaron según la luz que tenían y nunca se dieron por vencidos. Cumplieron con su deber.

Puedo seguir con más ejemplos de la Escritura en los que veremos a la gente de Dios confiando en Él pese a las situaciones tan terribles por las que pasaron, y no leeremos en la Biblia que le exigieron a Dios que tomara el control de sus situaciones, o que se estuviesen quejando (Hebreos 11:32-40). Por cierto, la palabra control no aparece en la RVR1960.    

Adoptar la doctrina del eterno presente no nos ayudará a entender por qué ciertos eventos suceden. Por el contrario, en mi opinión, nos confundiremos más y nos lastimaremos si basamos nuestras explicaciones en ella. Sin embargo, la postura de que Dios vive en una interminable duración de tiempo nos ayuda a entender que esos eventos, buenos o malos, pueden ser una consecuencia de las elecciones humanas, y que cuando atravesamos por situaciones difíciles y duras, debemos cumplir con nuestro deber, que es permanecer en nuestro Señor quien es fiel, aunque caminemos por sombra de valle de muerte, no temeremos mal alguno porque  Él es nuestra vara y cayado que nos infunde aliento (Salmos 23:4).


Fuentes de consulta para esta parte 3
Olson, G. (1980). The Truth Shall Set You Free. Bible Research Fellowship.

Conclusiones

Espero que al discutir el tema de la presciencia de Dios los lectores hayan entendido mucho mejor los atributos naturales de Dios. La postura de que Dios vive en un eterno presente puede darnos un sentido de seguridad porque se le retrata a Él como un Dios fijo sin ninguna posibilidad de cambio. Sin embargo, la postura de que Dios vive en una sucesión interminable de tiempo tiene más soporte bíblico y explica de una manera más sensata y razonable cómo el Señor opera o actúa en este mundo. Seguramente, otras preguntas surgirán, pero debemos tener siempre en cuenta que Él hace lo que hace por un bien supremo; de esa manera, siempre confiaremos en Él porque ha demostrado que siempre caminará con nosotros durante nuestra existencia en la tierra en tanto tomamos decisiones para su gloria.